Después del primer día en Delhi, nos adentramos en las estaciones de tren de India. Es la mejor manera de viajar, ya que ahorras un dia de alojamiento y devoras kilómetros de la manera más rápida…. o eso creíamos.

Llegamos a nuestro andén con destino a Rishikesh, de noche, y nos subimos a los vagones azules con distintivo «sleeper». El impacto no pudo ser mayor…. vagones ruidosos, sin apenas luz, malolientes, y claro…abarrotados de gente. Buscamos nuestras literas, y sin dar crédito a lo que estábamos viviendo, nos dispusimos a preparar nuestras camas…

El tren era sucio, ruidoso y lento, hacía multitud de paradas, y por sus pasillos había un constante ir y venir de gente, vendedores de té, agua, comida, pero para nosotros era un aventura compartir su modo de vida, su modo de viajar, y sumergirnos, como ellos, en su vida diaria, tan diferente de la nuestra. En Europa es impensable viajar de ese modo, pero en India… ¡no hay otra!

¡Nunca, había visto nada igual! las ventanas del vagón eran barrotes, las camas eran tres literas, la del medio se plegaba, con ventiladores en el techo.(movían el aire caliente y viciado, y jamás se habían limpiado, seguro) , y frente a nosotras en el pasillo dos literas mas, en un espacio super reducido, y por supuesto , lleno de gente. En esta ocasión compartimos nuestro espacio con una preciosa familia con una niña pequeña, y frente a nosotros desfiló, creo, todo el tren, porque éramos a atracción para todos ellos. Se sentaban delante de nosotros y nos observaban en silencio, riendo cuando nosotros reíamos, haciendo gestos, y siempre sonriendo.

Nos habían regalado bandejas de comida en el templo de Kishna en Delhi, son preciosos sus devotos, y nos dispusimos a comerlo y después limpiar las literas con toallitas (creo que consumimos un paquete) ante la mirada atónita de todo viajero que nos veía.

Como todo en este viaje, fue molesto, apabullante e increíble, pero también curioso y precioso, pues los hindúes comparten su comida, su charla y su cariño contigo si lo deseas. Pero las doce horas hasta Rishikesh se convirtieron en … 24! Las paradas en pueblos , cambios de vía y no se que mas fueron sumando horas y horas de retraso. Ellos lo veían como algo normal, aunque para nosotros fue bastante pesado pasar 24 horas metidos en un tren con esas condiciones, calor, olor, ruido y la sensación de que no llegabas nunca a tu destino.

Pero siempre se llega. Y Rishikesh , las puertas del Himalaya, nos dejó sin aliento por su belleza. La ciudad mas cercana a la estación es como todas, ruidosa y caótica, pero la de la orilla del Ganges, es preciosa, idílica y mágica.

Encontramos unas preciosas habitaciones frente al río y unos de sus puentes, el Ram Jhula, y vivimos dos días únicos… pero es otra historia….

¡Fermaportus!